La raíz de la paz




Todos, de alguna forma, somos portadores de violencia, porque la violencia es una forma de defensa contra nuestros miedos. Ella habita en nosotros como un enemigo y se manifiesta en nuestra forma más visceral. Luchar contra esos enemigos internos, de igual forma que  contra las reacciones ajenas, es trabajar en pos de la paz interior, es llenar el corazón y hacerlo un instrumento de paz. Por otra parte, la razón y la conciencia deberían acompañarlo como instrumentos que usemos con más frecuencia a nuestro favor. Muchas veces actuamos irracionalmente ante a las injusticias,  las pérdidas y las traiciones llevados por  pasiones,  frustraciones o orgullo, pero la razón debería sopesar las consecuencias de nuestros actos y la conciencia, si la entrenamos, debería alertarnos y dirigirnos. Tres instrumentos en acción que pueden ser raíz de nuestra paz y la de quienes nos rodean. 

Muchas culturas anteponen la cara oscura del orgullo  ante la humildad y el ego ante la razón lo que derivan en odios que muchas veces les ha llevado a conflictos armados, por generaciones. Una mala actitud sumada a una educación cerrada en tradiciones que se siguen ciegamente sin cuestionar, fanatismos  e ideas que valen más que la vida , terminan en un caldo que significa  odio, guerra y muerte, nada beneficioso para ninguna de las partes. 
Actuar pacíficamente, es un camino de salida de este mundo convulsionado. Todos, absolutamente todos los humanos, somos capaces de cambiar los paradigmas en lo que hemos sido educados. Si nos lo proponemos y cada cual se hace responsable de su  vida y sus acciones que influyen en el futuro colectivo, el cambio social es posible.  Recordemos que el otro también somos nosotros,  y en esa interrelación somos un todo. Somos la humanidad que forja o destruye la vida, nuestro poder es pequeño, pero también inmenso si nos unimos. 
Hay pequeños y grandes actos que podemos hacer a diario, que nos llenan e irradian paz . Si ponemos algunos de estos actos de colaboración en la comunidad, como tirar la basura en los cestos y no en la calle, mantener en orden nuestra vereda o los recintos comunes con nuestros vecinos, colaborar en campañas de salud o educación comunitaria, donar de nuestro tiempo, recursos, aptitudes o talentos en hospitales, centros educativos o fundaciones.Ayudar a alguien a cruzar la calle, a subir al autobús, o llevar los paquetes, participar de actos pacíficos en pos de causas que se consideran justas, saludar y crear vínculos, cuidar el planeta generando menos residuos, cuidar de nuestra salud y alimentarnos sanamente, pensar antes de contestar, no adherirnos a pensamientos extremistas ni practicar acciones extremas y sobre todo mantener una actitud pacífica frente a cualquier conflicto, estamos colaborando en gran manera con la paz y la salud de nuestra comunidad.  Tener empatía con el prójimo, acercarnos al más necesitado, a quien sufre la violencia extrema, a los discriminados, los enfermos, los pobres, los abusados, los desvalidos,  además de ayudar, nos hará crecer como personas, vernos en su espejo  y entender por qué es necesario implementar cambios que nos lleven a vivir en equidad, cambios que deriven en paz para todos. 

Recordemos que en un acto de violencia hay dos actores:  la víctima y el victimario, y no hay ganancia para ninguno.  La víctima sufre el dolor de serlo y el victimario su degradación como humano, además del odio de quienes lo sufren y de todo aquel que en su sana razón lo desaprueba. 
A pequeña escala, si somos víctimas o victimarios y queremos salir de esa prisión  debemos actuar con prisa, porque la violencia es adictiva y demasiado peligrosa para que le demos tregua. Dentro del grupo familiar, siempre hay que guardar la esperanza de que la situación cambie, nunca demos nada por perdido, pero actuemos, actuemos con prontitud, porque las situaciones no cambian por sí solas, nosotros debemos implementar cambios. Una primera acción es tomar distancia de la fuente de violencia y acudir en busca de ayuda, con  profesionales, centros religiosos, de salud mental o de rehabilitación contra la violencia entrenados para hacerlo, y sobre todo trabajar en solitario en pos de la paz interior, el perdón y la reconciliación consigo mismo y con el otro. Este mismo patrón puede ser aplicado en los pequeños grupos sociales o de amigos, centros de estudios o comunidades, donde todos se conocen y en definitiva saben que dependen unos de otros y que el bien de uno, redunda en el bien de todos. Nunca deberíamos naturalizar ni considerar la violencia como un acto jocoso o sin riesgos, porque lo que empieza con una broma de mal gusto puede terminar en muerte, odios y divisiones de  familias, comunidades o países. 
 
Globalmente,  ocurren actos de violencia e impunidad imperdonables, como guerras, genocidios, torturas y desaparición de personas, entre otros,  actos causados por grupos extremistas políticos o religiosos, estados terroristas, traficantes de personas, armas o drogas, grupos mercenarios, etc; actos que van dejando heridas profundas en sus víctimas, heridas  difíciles de curar que con el tiempo derivan en  más violencia. Es cierto, que algunas experiencias de dolor se marcan a fuego y no pueden borrarse del corazón, pero no es bueno que naturalicemos la venganza y el odio como estrategias para salir de ellas. La venganza no lleva a nada bueno. 
A gran escala, estados y corporaciones han engendrado la mayor parte de la violencia del mundo,  repercutiendo en lo pequeño, en cada ser que sufre lo que otro está vengando, lo que otro quiere conquistar u obtener, lo que otro considera una antigua deuda, lo que otro desea obtener guiado por la ambición, etc, etc. Algunos gobiernos con sus socios corporativos comienzan sus estrategias con políticas económicas que generadoras de hambre y pobreza, a lo que le siguen las devastadoras guerras  y pueblos en extrema vulnerabilidad, exiliados o refugiados en campos en condiciones degradantes.  Esto termina con  familias divididas  y devastación sociedades enteras, genera odios y enemistades que se transmiten por generaciones. 

Las políticas generadoras de pobreza, son violencia implícita, porque nadie puede tener absoluta paz, cuando tiene hambre, mala salud e inestabilidad económica; nadie puede alcanzar la paz sino sabe si tendrá un plato de comida mañana, si no tiene una fuente de trabajo o agua potable, si pasa frío o extremo calor, si no puede gozar del beneficio de la higiene ni alcanzar una educación que lo conduzca hacia todo eso. Nadie puede conseguir paz, sino puede gozar y estar orgulloso de su fe, su raza, su género, su nacionalidad o su pensamiento, nadie puede alcanzar la paz privado de sus libertades y derechos fundamentales, si es obligado a apartarse de su familia y sus costumbres si es discriminado o degradado socialmente por su elecciones y su forma de vida. Nadie puede alcanzar paz si no puede amar en libertad.  La paz es un todo con las necesidades humanas y crece desde las acciones.

Creo que podemos imaginar dónde se origina todo esto: en el corazón.  El mal y el bien, la violencia y la paz. Por lo tanto, podemos darle lugar al enemigo, a que nos llene de odios, de envidia, de mentira, de falso orgullo, de ansias de perfección o primacía, de discriminación o nefasta violencia, porque esa gota puede ser la derrame el vaso, la que llene el corazón de maldad y lo corrompa, la que frene la razón y ciegue nuestra conciencia, nos convierta en victimario y haga de nuestros instrumentos de paz, armas para la guerra. Mantener la calma, evita pequeñas guerras y el efecto generador puede ser maravilloso. 

La paz empieza en cada uno de nosotros. Y en paz, todo es posible...

Salma
Sandra Gutiérrez Alvez

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